Nunca había estado muy contenta con el mundo que me rodeaba. Y ahora lo echaba de menos.
Siempre había sido de las niñas rebeldes. Desde hacía años hacía todo lo que para el mundo era de mujeres "poco femeninas", era lo que yo más adoraba. Música heavy metal, borracheras, tatuajes, piercings. Para mi el resto del mundo eran los extraños, de los que había que alejarse.
Quizá eso había sido lo que me había salvado.
Yo no tenía familiares cercanos (hacía años que no me hablaba con mis padres, que vivían en otra ciudad) ni verdaderos amigos o compañeros de trabajo.
Cuándo todo esto empezó no tenía nadie por quién perder el culo.
Nunca había tenido especiales nociones de supervivencia y ahora no tenía ni idea de que hacer. Así que cuándo creía que había llegado el momento de salir por piernas, me eche toda la comida y bebida que pude a la mochila, el poco dinero que había ahorrado y un par de "armas improvisadas" que tenía en casa.
Corría por la calle intentando que aquellas cosas no se fijasen en mi.
Eran asquerosas, pero sobretodo peligrosas.
Corria todo el tiempo agachada, ocultandome en cualquier cosa, y no me paraba por nada del mundo. Llevaba así un par de horas y ya estaba cansada.
El pulcro nuevo bulevar estaba infestado de esas cosas.
Intentaba dirigirme más al centro, en busca de un coche de policía, o mejor aún, una unidad del ejército que me ayudase, pero tenía pinta que que no iba a encontrar muchas de esas por el camino.