---HISTORIA HARTMAN---
Fui enviado a la frontera con Francia, en Pirineos. Mi puesto era una pequeña atalaya en la cima de una colina. Mi misión era vigilar el peaje de la autovía y que nadie lo cruzase. Cuerpos militarizados del ejército español y retales del francés vigilaban en ambos sentidos con dos BMR y varios Taurus. Mi observador, Jacobo, era un artillero del parque de artillería de Burgos, apenas había terminado su instrucción pero era bueno y su puntería con los lanzacohetes era extraordinaria, ya había volado por los aires unos cuantos vehículos procedentes de Francia.
Estaba al tanto de la infección y mi visión pesimista me decía que la humanidad estaba perdida, aun así no perdí la esperanza y por eso no huí ¿qué iba a hacer sino? Llevábamos cuatro días en esa torre, cuando en la noche del 5º día desperté a causa de un tremendo barullo y de disparos procedentes de la autovía, Jacobo y su equipo habían desaparecido, dejando en su lugar una nota:
Esto está perdido amigo, la radio ha informado de que miles de infectados están cruzando la frontera. Me dirijo a Barcelona para reunirme con los retales de artillería. Buena suerte, espero que nos volvamos a ver en la cima de otra torre lejana.
Subí a las almenas y dirigí mi mirada al peaje, los disparos silbaban sobre una muchedumbre que parecía furiosa. Uno de los BMR y varios Taurus habían huído. Recogí mi armamento y todo lo necesario y salí corriendo de aquel lugar. Llevaba un buen rato a paso ligero cuando sin darme cuenta, estaba cruzando una carretera. Unas luces lejanas me indicaron que un vehículo estaba parado a unos 30 metros. Corrí hacia él, quite el seguro del rifle y apunté a la cabina. Un soldado estaba sentado al volante de un Taurus con la mirada perdida:
-¿Soldado qué hace aquí?
No recibí respuesta, y abrí la puerta. Comprobé qué el soldado estaba muerto, varios disparos en el pecho parecían la causa. Desde luego, alguien se había vuelto loco. Rápidamente comprobé que el vehículo estaba libre de ‘intrusos’ . Arrojé al pobre desgraciado a la carretera cuando oí unos gritos que se acercaban. Monté y salí de allí.
Con la luz del día llegué a Huesca, sabía que el territorio Valenciano pronto caería y por eso no regresé a mi base original. Allí me reuní con un grueso grupo de militares procedentes de varias unidades, incluso de la mía. Mi nueva misión era vigilar las calles de la ciudad desde altos edificios.
Aguanté tres semanas allí, No me gustaba aquello, podía acabar en una emboscada fácilmente; además que la ciudad pronto se llenaría también de infectados y todo se resumiría a una batalla continua cuerpo a cuerpo. Contacté con un antiguo compañero de mi anterior unidad, me contó que un pequeño grupo táctico saldría de Zaragoza hacia la pequeña ciudad de Burgos, donde de momento todo estaba más tranquilo y donde desde allí sí que se podría preparar una buena defensa a partir de la buena posición de la ciudad y de su terreno escarpado. Acepté; volamos 4 hombres en helicóptero hasta Zaragoza y desde aquel lugar salimos un grupo de 25 soldados, entre ellos un experto comandante de infantería, montados en BMR y Taurus.
Al llegar, la ciudad estaba algo alborotada, coches estrellados, gente confusa corriendo a todas partes, antidisturbios protegiendo calles y sonidos de sirenas para un lado y otro. Empezaba a tener mis dudas sobre eso de ‘un lugar más tranquilo’.

Fernando Ramiréz "Hartman", Cabo Mayor de las G.O.E.