Había llegado el momento de largarse de allí.
Llevaba al menos tres días encerrado en mi apartamento con la única compañía de gritos, explosiones y sirenas.
La comida se estaba agotando y también el agua, pues los grifos se habían cortado una semana antes.
No había conseguido contactar con nadie de la empresa. Probablemente estaban todos muertos. Metiendo en una mochila todo lo que me iba a hacer falta y también en un maletín todo el dinero que había podido reunir, salí al pasillo de mi apartamento, tan solo armado con un cuchillo de cocina.
El pasillo estaba lleno de sangre y el cadáver de la señora Rojas, una vieja cotilla que vivía a mi lado, estaba tirado en el suelo con la cabeza arrancada. Lo tenía merecido, la maldita bruja.
Cuándo apenas llevaba dos pasos bajando por la escalera un gruñido a mi espalda me alertó.
El miedo me había hecho no fijarme en la antigua casa de la señora Rojas.
La puerta estaba parcialmente abierta y por ella salía el hijo de esta.
Al menos lo que quedaba de él.
Daniel era el típico chaval macarra de 20 años.
De esos que vestían chandal, gorra y camisetas marcadas, para fardar de sus músculos.
Era un tipo enorme de unos dos metros y tremendamente desobediente. Le faltaba un labio y tenía el tobillo izqueirdo roto.
No pude más que mirarle con temor mientras se acercaba a mí.
Justo cuándo extendía sus brazos para atraparme, alcé instintivamente el cuchillo.
Al parecer tocó carne y poco después hueso y el enorme cuerpo de Dani cayó hacía mí, mientras los dos nos precipitabamos por las escaleras.
Tardamos unos 20 escalones en llegar abajo.
Bastante dolorido, me levanté del suelo, pensando que Dani podía morderme en cualquier momento.
Tardé un rato en encontrar las gafas y colocármelas, (que por fortuna no se habían roto).
Dani no parecía tener intenciones de levantarse, así que alargué la mano para coger el maletín que había caído unos metros más allá.
Tras fijarme mejor, pude ver que Dani tenía el cuchillo clavado por debajo de la parte blanda de la mandíbula.
Un pequeño trozo de punta sobresalía por la parte de arriba.
Totalmente asustado y murmurando, me pusé a registrar sus bolsillos.
No encontré nada de valor, más que unas llaves de coche.
Sabía que Dani tenía uno de esos coches tunning de color rojo igual de horteras que él.
Sabiendo que mi BMW había ardido en la calle dos días antes, me adueñe de las llaves del estúpido hijo de la señora Rojas. No me atreví a sacar el cuchillo de nuevo.
Mi traje se había manchado de sangre. Maldito estúpido.
No tardé mucho en encontrar el coche de Dani.
Estaba aparcado en medio de la carretera, al parecer sin hacer caso a los sitios de aparcamiento habituales.
No parecía tener daños, salvo alguna mancha de sangre por el capó y la puerta.
Lo más rápido que pude, abrí el coche, tiré el maletín y la mochila a la parte de atrás, y arranqué el coche.
Aunque fuese hortera, esperaba que al menos fuese rápido.
Tardé unos segundos en adecuarme a la palanca de cambios y a los pedales. Segundos después abandonaba la calle San Francisco esquivando coches y no muertos en dirección a Gamonal y fuera de esa maldita ciudad.

Las últimas horas habían sido de locos.
Había intentado salir de Burgos por 4 sitios distintos y en todas y cada una de las veces un control, un bloqueo en la carretera o esas malditas cosas me lo había impedido.
También había tenido que echar a un hombre que había intentado robar el coche.
Le había golpeado con la esquina del maletín en la cara y creo que le había roto un pómulo.
No estaba seguro, no me había quedado a ver el resultado.
El maldito coche de Dani era demasaido llamativo, pero al menos no me había equivocado al pensar que era rápido.
También había atropellado a un policía para robarle el arma.
El tío estaba en medio de la carretera intentando ayudar a una anciana que estaba siendo mordida por esas cosas.
Le había atropellado a unos 50 km hora y no había causado daños graves en el coche, si acaso algunas abolladuras.
Después de quitarle el arma había dejado que esas cosas se lo merendasen, porque al parecer tenía la pierna rota y probablemente no podía ir muy lejos. Que se joda la autoridad, ahora imperaba la ley del más fuerte.
Mi idea ahora era irme hasta algún sitio seguro, puede que una comisaría o algún sitio así.
Con la pistola, el coche, y mi valisoso maletín, me sentía más seguro.
Apreté el acelerador con una sonrisa en los labios.

Los últimos minutos habían estado bien. Después de aparcar el coche en las afueras de la base de la Brunete (que tenía la verja abierta y varios cadáveres agujereados por armas de fuego en la puerta), había recorrido la base a solas.
No parecía quedar nadie vivo, pues había visto varios No Muertos por dentro, pululando sin sentido, y al menos un puñado de cadáveres, tanto de zombies cómo de militares, tan dañados que levantarse cómo muertos era imposible.
Entonces había pasado.
Me había dado casi de bruces con una militar asustada.
Yo estaba en una esquina oscura y la pobre no me había visto.
Parecía herida en un hombro, pero por una bala, no por una mordedura.
Contacto rápidamente por radio con alguien y disparó a un zombie alejado.
Tuvó que disparar tres veces más en modo de una bala con su fusil G36 para cabar con él.
Un fusil.
Con eso si que podría defenderme de aquellas cosas. Aunque no tenía idea de cómo funcionaba el fusil sospechaba que no sería muy difícil, si aquella perra estúpida lo sabía manejar, yo no tardaría mucho en adivinarlo.
Asi que, cuándo la militar se dio la vuelta, apunté a su espalda con la pistola del polí muerto.
Un tiro y la pistola salto de mis manos.
La mujer se derrumbó con un grito.
Me acerque lentamente y ví que aún estaba viva. Espasmos recorrían sus piernas y un charco de sangre se formaba a su alrededor. Debía de haber alcanzado la médula.
En sus ojos había una mirada extrañada y aterrada. Observé el terror de esos ojos, bebiendo de cada sorbo de él, mientras la vida de la militar se apagaba. Era lo mejor que había visto en la vida. Algo magnífico.
Con el espectáculo casi se me olvidó coger el fusil. La tía no tenía pistola ni cuchillo, pero el fusil era suficiente botín. Me alejé por el oscuro corredor silbando una cancioncilla, mientras agarraba bien mi maletín y me colgaba el fusil al hombro.

Solté una maldición.
Con la excitación de la muerte de la mujer se me había olvidado registrarla a fondo, y no había buscado la munición del fusil, así que cuándo me había encontrado con tres malditos zombies de frente y había gastado todo el cargador en modo automático para cargarme a uno no había tenido con que recargar el arma y la había dejado tirada.
Al parecer no era tan fácil usar el fusil cómo había pensado.
Ahora perseguido por una docena de esas cosas corría por la base sin sentido... hasta que había oído algo en una radio de una estantería.
Al parecer había un grupo de militares que aún aguantaba en una parte del complejo y hacía allí me dirigía, no para pedir ayuda, porsupuesto, sino para ver si podía sacar algo de esos estúpidos antes de dejar que las cosas que me seguían se entretuviesen con ellos...